
jueves, julio 21, 2005
21 de Julio de 2005
Tus figuritas, el tamaño de tus medias diminutas, el pijama de conejos que no hubo modo de reemplazar en tus preferencias con el de patos.
Tu pelota, la de jugar adentro, la de jugar afuera cuando la usas adentro, los globos de repuesto para que nunca falten, la hora de bañarte, el rincón de contar cuentos.
Los bloques, los encastres, los autitos y la maza; los animales, los animales para el agua, los corrales y los mapas que atesoramos en cada visita al zoológico para venir a casa y armar nuestro propio zoo, igualito, con todos los animales y llevar a un Bob Increíble de 20 cm a recorrer el camino que nosotros recorrimos.
Las vueltas en calesita, las tardes enteras leyendo libros, el color amarillo, el naranja, el verde, el rojo y el azul que aprendiste jugando a ordenar las bolsas de sugus surtidos; el blanco y el negro, que no son colores, pero eso a vos quién te lo cambia?
La remodelación completa de la ubicación de las cosas en la cocina, primero para que no toques nada; después una nueva, para que puedas guardar cuando viene el súper y cantas "a guaidai a guaidai" y ahí te parás para que yo complete... cada cosa... y entonces arrancas "en su lugai" haciendo fuerza con el estómago, con la cara, con la vida misma para levantar la botella de Coca que sabés que es el trofeo por ir al baño, por no usar chupete, por sentarte en la silla grande.
El tenedor de copetín, el plato irrompible del osito, la fruta después de cada comida, la ensalada, la carne finita y a punto; el chanchito para las monedas, las cajas de lápices, los libros para pintar sólo; los marcadores de mamá para pintarte las manos, la cara, las rodillas.
El castillo, el auto enorme, los muñecos de goma, el Shrek ese que, creo, todavía te saca una cabeza pero que tiene una paciencia enorme cuando le contas cuentos; las pantuflas que jamás duran 10 minutos seguidos en un pie, las canciones.
Las carcajadas, la guerra de cosquillas, la mancha, el memotest, las cartas, los dos millones de paquetes de cartas con todos los personajes del mundo, que sólo sirven para que disfrutes los tres segundos y medio que tardás en desparramarlos.
Las tardes buscando juguetes, los "jugo de naraja" en los bares, los té con leche del invierno, las papas fritas del shopping, las tres veces que vimos a los Robots en el cine porque no se estrenaba nada, los sábados de obras de teatro, los paseos al aire libre, las proezas en la plaza, los bigotes de chocolate.
Las mañanas largas en las que rompemos reglas y taloneando con fuerza te acercas a mi cama y te trepas como podés y te reís tan fuerte que es imposible no contagiarse. Las lágrimas. El desparpajo con el que decís que querés a mamá.
El parloteo constante, la pregunta permanente ¿vamos?; la manito extendida para que yo no me pierda cuando salimos, la escalada de cada umbral que se preste; tu cara graciosa, tu imitación de los gatos del Ratón Pérez, los pucheros sobreactuados...
Dos años Joa, ésta es una muestra, creeme, es sólo una muestra, del mundo de tus dos años... ese mundo que, para mí, es como si hubiera estado ahí desde siempre... o acaso lo haya estado, después de todo cuando uno sueña con un hijo no puede soñar algo muy diferente.
Feeliiiiiiiizzzzzzzzz Cuuuuuumpleeeeeeeeaaññññooooosssss Joa!
Tu pelota, la de jugar adentro, la de jugar afuera cuando la usas adentro, los globos de repuesto para que nunca falten, la hora de bañarte, el rincón de contar cuentos.
Los bloques, los encastres, los autitos y la maza; los animales, los animales para el agua, los corrales y los mapas que atesoramos en cada visita al zoológico para venir a casa y armar nuestro propio zoo, igualito, con todos los animales y llevar a un Bob Increíble de 20 cm a recorrer el camino que nosotros recorrimos.
Las vueltas en calesita, las tardes enteras leyendo libros, el color amarillo, el naranja, el verde, el rojo y el azul que aprendiste jugando a ordenar las bolsas de sugus surtidos; el blanco y el negro, que no son colores, pero eso a vos quién te lo cambia?
La remodelación completa de la ubicación de las cosas en la cocina, primero para que no toques nada; después una nueva, para que puedas guardar cuando viene el súper y cantas "a guaidai a guaidai" y ahí te parás para que yo complete... cada cosa... y entonces arrancas "en su lugai" haciendo fuerza con el estómago, con la cara, con la vida misma para levantar la botella de Coca que sabés que es el trofeo por ir al baño, por no usar chupete, por sentarte en la silla grande.
El tenedor de copetín, el plato irrompible del osito, la fruta después de cada comida, la ensalada, la carne finita y a punto; el chanchito para las monedas, las cajas de lápices, los libros para pintar sólo; los marcadores de mamá para pintarte las manos, la cara, las rodillas.
El castillo, el auto enorme, los muñecos de goma, el Shrek ese que, creo, todavía te saca una cabeza pero que tiene una paciencia enorme cuando le contas cuentos; las pantuflas que jamás duran 10 minutos seguidos en un pie, las canciones.
Las carcajadas, la guerra de cosquillas, la mancha, el memotest, las cartas, los dos millones de paquetes de cartas con todos los personajes del mundo, que sólo sirven para que disfrutes los tres segundos y medio que tardás en desparramarlos.
Las tardes buscando juguetes, los "jugo de naraja" en los bares, los té con leche del invierno, las papas fritas del shopping, las tres veces que vimos a los Robots en el cine porque no se estrenaba nada, los sábados de obras de teatro, los paseos al aire libre, las proezas en la plaza, los bigotes de chocolate.
Las mañanas largas en las que rompemos reglas y taloneando con fuerza te acercas a mi cama y te trepas como podés y te reís tan fuerte que es imposible no contagiarse. Las lágrimas. El desparpajo con el que decís que querés a mamá.
El parloteo constante, la pregunta permanente ¿vamos?; la manito extendida para que yo no me pierda cuando salimos, la escalada de cada umbral que se preste; tu cara graciosa, tu imitación de los gatos del Ratón Pérez, los pucheros sobreactuados...
Dos años Joa, ésta es una muestra, creeme, es sólo una muestra, del mundo de tus dos años... ese mundo que, para mí, es como si hubiera estado ahí desde siempre... o acaso lo haya estado, después de todo cuando uno sueña con un hijo no puede soñar algo muy diferente.