
jueves, julio 28, 2005
La NO Cotidianeidad
Yo tiro un número aleatorio y después cuento la cantidad de pasos que me faltan para llegar a un determinado lugar, y si coinciden gané. Busco las palabras que se arman con las letras de una palabra larga. Deduzco las siglas que esconden las patentes de los autos. Algunas veces, y con mucho disimulo, no piso los límites de las baldosas. Leo publicidades sin respetar los puntos, como si la frase que empieza en una continuara en la otra y hago muecas para ver si el que me está mirando en el subte, juega a imaginar qué está pasando por mi cabeza.
Cuando me da por los juegos comunes, les invento vidas a los que pasan. Anticipo frases en mi mente para un diálogo ajeno, saludo a perfectos desconocidos, pregunto boludeces con amabilidad extrema.
Cuando leo libros el problema es que me pierdo. Pero me pierdo posta. Me meto adentro, me enfrasco de tal manera que a veces me paso una o dos cuadras y, otras veces, unas cuantas más. Y si el libro no me gusta tanto, amago con cerrarlo y cuento cuántos se acercan para sentarse.
Repaso escenas de películas para que me terminen de cerrar. O hago coincidir la métrica en inglés de algún tema que memoricé en castellano.
Cuando escucho música con el discman (y esta es una de mis preferidas), invento. Le hago una historia a cada tema, abuso del replay one (repetir un tema) hasta que tengo la historia armada. A veces coincide perfectamente con la letra y otra con los acordes y a veces con nada, me musicaliza un momento que existe sólo en mi mente, que yo creo con lujo de detalles para que dure los exactos 3 min 11 segundos de ese tema. Y ahí me pierdo del todo. Al punto que cuando la melodía baja me cuesta creer que ese colectivo, ese subte, ese tren, esa calle, estén tan apagados, tan vacíos; tan cotidianos.
Cuando me da por los juegos comunes, les invento vidas a los que pasan. Anticipo frases en mi mente para un diálogo ajeno, saludo a perfectos desconocidos, pregunto boludeces con amabilidad extrema.
Cuando leo libros el problema es que me pierdo. Pero me pierdo posta. Me meto adentro, me enfrasco de tal manera que a veces me paso una o dos cuadras y, otras veces, unas cuantas más. Y si el libro no me gusta tanto, amago con cerrarlo y cuento cuántos se acercan para sentarse.
Repaso escenas de películas para que me terminen de cerrar. O hago coincidir la métrica en inglés de algún tema que memoricé en castellano.
Cuando escucho música con el discman (y esta es una de mis preferidas), invento. Le hago una historia a cada tema, abuso del replay one (repetir un tema) hasta que tengo la historia armada. A veces coincide perfectamente con la letra y otra con los acordes y a veces con nada, me musicaliza un momento que existe sólo en mi mente, que yo creo con lujo de detalles para que dure los exactos 3 min 11 segundos de ese tema. Y ahí me pierdo del todo. Al punto que cuando la melodía baja me cuesta creer que ese colectivo, ese subte, ese tren, esa calle, estén tan apagados, tan vacíos; tan cotidianos.