Ahora que se estrenan las películas y que el libro está hasta en las Yenny de todos los shoppings ustedes seguro que me tildan de nerd.

Pero para mí Las Crónicas de Narnia son como hablar de mi infancia, de una edición que ahora no se consigue más; de tardes enteras de lluvia recorriendo la Av. Corrientes para encontrar los libros que presté y perdí, de noches interminables antes de irme a dormir, leyendo debajo de las sábanas.

De ahí viene mi amor por C.S. Lewis (el autor) un amor que años después trasladé de manera incondicional a Tolkien. Cuando agarré el primer tomo de El Señor de los Anillos que me recomendó mi viejo, porque alguien le dijo que era bueno y un par de días porque descubrí que los dos habían sido profesores de literatura inglesa en Oxford a la vez (wow, que honor)

Y otra vez. A perderme en un mundo que me pegó de lleno. A imaginarme caras, voces, relatos, a perderme en caminos polvorientos y peligrosos cada noche, cada tarde, cada viaje en colectivo que me dejaba un par de minutos libres.

Después vino la película y los nerds, y los falsos habladores al pedo y bla. Pero a mi el gusto no me lo saca nadie. Yo cree dos mundos en mi cabeza, uno en Narnia, otro en la Tierra Media que fueron/son mi lugar, mi mundo paralelo...

Y...

Me entusiasme.

En realidad quería citar una frase de C.S. Lewis que no es de las Crónicas de Narnia, pero lo asocié con eso y me deje llevar...

Es una frase que Antony Hopkins interpreta de maravillas en Tierra de Sombras. Dice algo así como que la alegría del presente es parte del dolor que vendrá (la esposa muere de cáncer).

En realidad, yo seguro que la dije mal, pero es grossa, muy. Vean Tierra de Sombras.