martes, octubre 17, 2006
Cualquiercosa!
Hoy me levanté con ganas de campo.
Pero ojo, no de campo campo, con olor a vaca y moscas subando y toda esa cosa. Ganas de campo, ponele estancia de vacaciones. Algo así. Una onda medio rústica, pero rústica a propósito. Con paredes de ladrillos a la vista y esas bachas de baño que están por fuera, pero con agua caliente y todo eso.
En realidad la culpa fue del trinar de uno o dos pájaros. Lo demás fue divague. Porque, de repente, ahí estaba yo, en mi día de campo de posada cuatro estrellas, con pisos de madera crujiente y cubrecamas mullido.
Y re daba para desayuno casero, con unos jarrones de café con leche en un comedor de ventanales enormes y verde interminable.
Un martes de pantalón de lino, ponele beige o chocolate y la musculosa del otro color, pero con un sweater a la mañana porque el vientito era como así, vientito de mimos.
Te aseguro que tenía mi día de campo perfecto. Hasta flashee con el mapa que me daban en el mostrador caoba de la posada, para ir a recorrer la zona... y sí, había, al menos, un arroyo. Pero flashee tan mal que hasta me hormigueó la palma de la mano derecha cuando pensé en darle la mano a Joa con la gorrita puesta al revés y la cajita de un Cepita recién comprado en la mochila.
Fa! Y no sé cómo, volvíamos, ponele a las seis, en medio de una de esas tormentasdeveranoqueparecenelfindelmundo. Justo, justo, para que Él se asomara por la ventana de la habitación y acto seguido nos gritara que no, que no nos bañáramos aún, que salía el sol... y, claro, de cabeza a la pileta que era tremendamente azul, y el agua, zarpada en fría, para qué te voy a mentir. Pero el frío se te pasaba, ponele a los diez minutos, y después no te sacaba nadie de ahí. No. NAdie. No, ni siquiera cuando se nos arrugaron todos los dedos.
Y ahí, hasta las nueve... nueve y media. Para no llegar tan tarde al restaurante ese en el que, claro, la mina que te atiende es la hija de la señora de la cocina, y el tipo de la caja de bigotes es el padre y te insisten tanto en las bondades de las pastas caseras... que estuve como 15 minutos para decidir, porque yo había ido con la idea fija de un churrasco con mixta...
y...
y ahí, justo ahí llegué al trabajo.
Una lástima, seguro que a la noche, el polvo hubiese sido de película.
Pero ojo, no de campo campo, con olor a vaca y moscas subando y toda esa cosa. Ganas de campo, ponele estancia de vacaciones. Algo así. Una onda medio rústica, pero rústica a propósito. Con paredes de ladrillos a la vista y esas bachas de baño que están por fuera, pero con agua caliente y todo eso.
En realidad la culpa fue del trinar de uno o dos pájaros. Lo demás fue divague. Porque, de repente, ahí estaba yo, en mi día de campo de posada cuatro estrellas, con pisos de madera crujiente y cubrecamas mullido.
Y re daba para desayuno casero, con unos jarrones de café con leche en un comedor de ventanales enormes y verde interminable.
Un martes de pantalón de lino, ponele beige o chocolate y la musculosa del otro color, pero con un sweater a la mañana porque el vientito era como así, vientito de mimos.
Te aseguro que tenía mi día de campo perfecto. Hasta flashee con el mapa que me daban en el mostrador caoba de la posada, para ir a recorrer la zona... y sí, había, al menos, un arroyo. Pero flashee tan mal que hasta me hormigueó la palma de la mano derecha cuando pensé en darle la mano a Joa con la gorrita puesta al revés y la cajita de un Cepita recién comprado en la mochila.
Fa! Y no sé cómo, volvíamos, ponele a las seis, en medio de una de esas tormentasdeveranoqueparecenelfindelmundo. Justo, justo, para que Él se asomara por la ventana de la habitación y acto seguido nos gritara que no, que no nos bañáramos aún, que salía el sol... y, claro, de cabeza a la pileta que era tremendamente azul, y el agua, zarpada en fría, para qué te voy a mentir. Pero el frío se te pasaba, ponele a los diez minutos, y después no te sacaba nadie de ahí. No. NAdie. No, ni siquiera cuando se nos arrugaron todos los dedos.
Y ahí, hasta las nueve... nueve y media. Para no llegar tan tarde al restaurante ese en el que, claro, la mina que te atiende es la hija de la señora de la cocina, y el tipo de la caja de bigotes es el padre y te insisten tanto en las bondades de las pastas caseras... que estuve como 15 minutos para decidir, porque yo había ido con la idea fija de un churrasco con mixta...
y...
y ahí, justo ahí llegué al trabajo.
Una lástima, seguro que a la noche, el polvo hubiese sido de película.