Me toca esperar. Hago tiempo en un café. Cuando me siento visualizo el escritorio de mi casa, sobre el que dejé olvidado mi libro, azul, con un borde negro, letras pequeñas y unas cuantas páginas marcadas.

Me lamento hasta que llega el café. No sé cuántos días subsistiría yo sin café, con leche, liviano, amargo, lleno de espuma.

Estrategicamente, llueve en Buenos Aires; ultimamente llueve siempre que yo me siento junto al ventanal de un bar. Pensar que si no lloviera probablemente no estaría ahí, me toma un par de segundos.

Justo antes de que vuelva a distraerme, suenan en los auriculares: Forever, Dream With Me y 4000 Rainy Nights (Stratovarius, todas) sin escalas ni respiros. Cuando logro reaccionar y puedo respirar de nuevo, espío a ver si alguien de alrededor escucha cómo me late el corazón de fuerte.

Bajo la mirada, muy a propósito y hago un último esfuerzo por concentrarme en la cucharita qeu dejó el mozo; menos mal. En un momento así, están dadas todas las condiciones para qeu me enamore completamente del primer espécimen que me devuelva la mirada al entrar por esa puerta.