
lunes, enero 28, 2008
Parajoa... perdón, paradoja
Cuando tenés hijos (el uso del plural es mero recurso retórico, por favor que nadie se confunda al respecto), una de las innumerables cosas sobre las que nadie te advierte (debe existir una secta o masonería encargada de mantener ciertos temas en secreto) es que te vas a volver la persona más cobarde de la tierra y aledaños.
Tenés un primer e irreductible temor de que algo malo le pase a la maravilla esa que tenés entre manos, igualado únicamente por la soberana angustia que te provoca suponer que a vos te puede pasar algo y... y... ni nombrarlo en voz alta mirá.
Te aterra! Y es un ejercicio absoluto de la voluntad que por épocas manejas y por épocas a duras penas, sobrellevás; el poder controlar ese temor. Ni hablar del primer día que tu hijo se va al campo con el club, la primer noche que pasa sin vos, la primera vez que se enferma... bla! Cobarde, te volvés completamente cobarde. Y hacés un esfuerzo casi diario por la salud mental de ambos, para aprender a convivir con ello, y no dejar que el miedo te gane. Porque, se sabe, el nene tiene que crecer y vos, vivir.
Sin embargo, paradójicamente, quizá por esa manía de tender al equilibrio que tiene el universo, cuando tenés un hijo te volvés una superheroína (dícese del femenino de superheroe, por favor no sean brutos, ya lo hablamos) con poderes descomunales e inesperados aún por y para vos.
Así, por ejemplo, te amedrenta nada cagarte a trompadas (vos, una rubia que bien podría pasar por cheta) con el boludo musculoso lleno de tatuajes y la gorda de la mujer, en medio de la plaza. Todo por que el muy forro de los brazos tatuados, le acaba de pegar un cachetazo en el brazo a tu hijo de cuatro años que se impacientó porque la hija del boludo no se animaba a tirarse del tobogán e intentó pasar primero.
PD: Igual, acá entre nosotros, tengo un golpe en la cabeza que todavía me duele... esto a Superchica no le pasa pero ni a palos, loco.
Tenés un primer e irreductible temor de que algo malo le pase a la maravilla esa que tenés entre manos, igualado únicamente por la soberana angustia que te provoca suponer que a vos te puede pasar algo y... y... ni nombrarlo en voz alta mirá.
Te aterra! Y es un ejercicio absoluto de la voluntad que por épocas manejas y por épocas a duras penas, sobrellevás; el poder controlar ese temor. Ni hablar del primer día que tu hijo se va al campo con el club, la primer noche que pasa sin vos, la primera vez que se enferma... bla! Cobarde, te volvés completamente cobarde. Y hacés un esfuerzo casi diario por la salud mental de ambos, para aprender a convivir con ello, y no dejar que el miedo te gane. Porque, se sabe, el nene tiene que crecer y vos, vivir.
Sin embargo, paradójicamente, quizá por esa manía de tender al equilibrio que tiene el universo, cuando tenés un hijo te volvés una superheroína (dícese del femenino de superheroe, por favor no sean brutos, ya lo hablamos) con poderes descomunales e inesperados aún por y para vos.
Así, por ejemplo, te amedrenta nada cagarte a trompadas (vos, una rubia que bien podría pasar por cheta) con el boludo musculoso lleno de tatuajes y la gorda de la mujer, en medio de la plaza. Todo por que el muy forro de los brazos tatuados, le acaba de pegar un cachetazo en el brazo a tu hijo de cuatro años que se impacientó porque la hija del boludo no se animaba a tirarse del tobogán e intentó pasar primero.
PD: Igual, acá entre nosotros, tengo un golpe en la cabeza que todavía me duele... esto a Superchica no le pasa pero ni a palos, loco.