
lunes, mayo 12, 2008
Las mujeres en la épica, mis aventuras literarias, los dragones, Eowyn, la mujer que no sé si soy y los malos
Nunca me terminó de gustar (aunque esto lo haya sabido muchos años después) el rol en el que se deja a las mujeres en las grandes hazañas… pongamos épicas, pongamos epopéyicas.
Todo viene a cuento de cierta charla sobre Ulises y Penélope… quiero decir, todo bien con Penélope, pero por qué, y ahora te hablo a vos, Homero (no, no Simpson, evitemos las obviedades), por qué no dejaste a esta buena cristiana subirse al barco y ya…
Lo mismo aplica sobre tanta otra gente. Yo, cuando era más pequeña, y antes de notar a flor de piel (literalmente) desde dónde el papel de la mujer es clave para cualquier hombre, aunque la dejen en casa… lo resolvía del modo más lógico posible.
Así, he cabalgado con los mosqueteros; me fugué de la cárcel con Montecristo (no, nada que ver con el actor de dudosa calidad y fea presencia); fui a la guerra de Troya; recorrí las veinte mil leguas de viaje submarino e intenté pescar a Moby Dick. Huí de mis malas tías de la mano de Tom Swayer y luego, se instaló entre nosotros la discordia porque quedé fascinada por Hucklebrry Finn. Todo eso para no entrar en detalles sobre mis aventuras por Malasia con Sandokan. O cuando, saqué la espada antes que Arturo. Y…
No quisiera ahondar en el cine y mi travesía como Jedi, o las cabezas que corté en Braveheart… pero ahí la historia se vuelve confusa.
Porque hubo un día, en el que dejé de imaginarme cabalgando descalza en verdes praderas espada (o elemento afin) en mano, persiguiendo malvados, y comencé a ocupar tronos de princesas, sitiales de reinas, tabernas de campesinas… Y todo cambió.
Supongo yo, que no tengo tanta memoria, que cambió como cambian estas cosas. Como un día te das cuenta que ese amigo con el que jugaste siempre, ya no te puede ver sacarte la malla… o, lo que es peor (infinitamente mejor) te mira salir de la pileta toda mojada y se le cae la mandibula al piso. Y el juego deja de ser tan inocente… Entonces cuando te ponés a perseguir a los viejos perros del vecino, al grito de DRAGOOOOONESSS, en realidad la carcajada ya no te sale tan natural, y en algún punto hasta esperas que sea el otro el que lo atrape, y vos la que corra a buscar a tu vieja porque el malvado dragón le clavo en la rodilla su feroz colmillo. O, el vecino, te quiere arrancar todos tus pelos.
Así, las cosas cambiaron, tan paulatinamente que al principio no lo noté, pero para cuando me dí cuenta, me sentía Arwen, en casa, decorando un estandarte. Haciendo el más noble esfuerzo, esto también es cierto, el renunciar a mi inmortalidad más sagrada, por amor a… Y la verdad, me dio por las bolas.
Porque a mí todo eso de las princesas en apuros, me da sueño. La verdad es que yo, ponele, a la barbie esa del castillo, la odio. Dejame de joder. Yo me quería ir con los hobbits. Agarrar un palo y atravesar el bosque, o correr con los elfos a atravesar el mar, sin saber qué hay del otro lado… o cabalgar con los Rohirrim exiliados. Y ahí, justo ahí, apareció Eowyn. Un personaje al que amé y odié con idéntica intensidad. Esa cosa de no quedarse en casa, esa cosa de jugarse la cabeza. Claro, cuando Aragorn le rompió el corazón, yo pude sentir como se me quebraba el mío… porque, ponele, nunca en la historia, alguien había retratado con tan perfecta intensidad lo que a mí me hubiese gustado ser..
Y ahí repasé, mentalmente, y ponele, yo amé a Jo, de las Mujercitas; y sin dudas fui Elizabeth Bennet en Orgullo y Prejuicio. Y, claro, cuando ví 300, la reina Gorgo, me pareció de una entereza descomunal. Entonces, cierto patrón podría rastrearse, pero la verdad es que nadie, nadie, absolutamente nadie, tan cabal como Eowyn, la manera en la que esa mujer lleva las riendas de su propio destino. Y el sublime modo en el que luego, se deja cuidar, aún, de sí misma.
Bueno, me fui por las ramas, intentaba escribir un post sobre el lugar que le dan a las mujeres en la mayoría de las hazañas épicas y termino escribiendo sobre mi amor profundo por Eowyn; sobre el odio oscuro que me provoca tener que plantearme, sin que el planteo conlleve siquiera atisbo alguno de respuesta, si realmente soy la clase de mujer que me gusta creer que soy, o en realidad soy de esas campesinas que se esconden debajo del mostrador y saben tirar bien una pinta de cerveza cuando los hombres vuelven cansados de una guerra que ni siquiera les relatan. Que no está mal, pero no es ni por asomo, lo que siempre me gusta creer que soy.
De todos modos acabo de descubrir, a cuento de este post, que al menos nunca fui del bando de los malos. Que no es poco.
Chin Pum!
Todo viene a cuento de cierta charla sobre Ulises y Penélope… quiero decir, todo bien con Penélope, pero por qué, y ahora te hablo a vos, Homero (no, no Simpson, evitemos las obviedades), por qué no dejaste a esta buena cristiana subirse al barco y ya…
Lo mismo aplica sobre tanta otra gente. Yo, cuando era más pequeña, y antes de notar a flor de piel (literalmente) desde dónde el papel de la mujer es clave para cualquier hombre, aunque la dejen en casa… lo resolvía del modo más lógico posible.
Así, he cabalgado con los mosqueteros; me fugué de la cárcel con Montecristo (no, nada que ver con el actor de dudosa calidad y fea presencia); fui a la guerra de Troya; recorrí las veinte mil leguas de viaje submarino e intenté pescar a Moby Dick. Huí de mis malas tías de la mano de Tom Swayer y luego, se instaló entre nosotros la discordia porque quedé fascinada por Hucklebrry Finn. Todo eso para no entrar en detalles sobre mis aventuras por Malasia con Sandokan. O cuando, saqué la espada antes que Arturo. Y…
No quisiera ahondar en el cine y mi travesía como Jedi, o las cabezas que corté en Braveheart… pero ahí la historia se vuelve confusa.
Porque hubo un día, en el que dejé de imaginarme cabalgando descalza en verdes praderas espada (o elemento afin) en mano, persiguiendo malvados, y comencé a ocupar tronos de princesas, sitiales de reinas, tabernas de campesinas… Y todo cambió.
Supongo yo, que no tengo tanta memoria, que cambió como cambian estas cosas. Como un día te das cuenta que ese amigo con el que jugaste siempre, ya no te puede ver sacarte la malla… o, lo que es peor (infinitamente mejor) te mira salir de la pileta toda mojada y se le cae la mandibula al piso. Y el juego deja de ser tan inocente… Entonces cuando te ponés a perseguir a los viejos perros del vecino, al grito de DRAGOOOOONESSS, en realidad la carcajada ya no te sale tan natural, y en algún punto hasta esperas que sea el otro el que lo atrape, y vos la que corra a buscar a tu vieja porque el malvado dragón le clavo en la rodilla su feroz colmillo. O, el vecino, te quiere arrancar todos tus pelos.
Así, las cosas cambiaron, tan paulatinamente que al principio no lo noté, pero para cuando me dí cuenta, me sentía Arwen, en casa, decorando un estandarte. Haciendo el más noble esfuerzo, esto también es cierto, el renunciar a mi inmortalidad más sagrada, por amor a… Y la verdad, me dio por las bolas.
Porque a mí todo eso de las princesas en apuros, me da sueño. La verdad es que yo, ponele, a la barbie esa del castillo, la odio. Dejame de joder. Yo me quería ir con los hobbits. Agarrar un palo y atravesar el bosque, o correr con los elfos a atravesar el mar, sin saber qué hay del otro lado… o cabalgar con los Rohirrim exiliados. Y ahí, justo ahí, apareció Eowyn. Un personaje al que amé y odié con idéntica intensidad. Esa cosa de no quedarse en casa, esa cosa de jugarse la cabeza. Claro, cuando Aragorn le rompió el corazón, yo pude sentir como se me quebraba el mío… porque, ponele, nunca en la historia, alguien había retratado con tan perfecta intensidad lo que a mí me hubiese gustado ser..
Y ahí repasé, mentalmente, y ponele, yo amé a Jo, de las Mujercitas; y sin dudas fui Elizabeth Bennet en Orgullo y Prejuicio. Y, claro, cuando ví 300, la reina Gorgo, me pareció de una entereza descomunal. Entonces, cierto patrón podría rastrearse, pero la verdad es que nadie, nadie, absolutamente nadie, tan cabal como Eowyn, la manera en la que esa mujer lleva las riendas de su propio destino. Y el sublime modo en el que luego, se deja cuidar, aún, de sí misma.
Bueno, me fui por las ramas, intentaba escribir un post sobre el lugar que le dan a las mujeres en la mayoría de las hazañas épicas y termino escribiendo sobre mi amor profundo por Eowyn; sobre el odio oscuro que me provoca tener que plantearme, sin que el planteo conlleve siquiera atisbo alguno de respuesta, si realmente soy la clase de mujer que me gusta creer que soy, o en realidad soy de esas campesinas que se esconden debajo del mostrador y saben tirar bien una pinta de cerveza cuando los hombres vuelven cansados de una guerra que ni siquiera les relatan. Que no está mal, pero no es ni por asomo, lo que siempre me gusta creer que soy.
De todos modos acabo de descubrir, a cuento de este post, que al menos nunca fui del bando de los malos. Que no es poco.
Chin Pum!