martes, octubre 21, 2008
Catarsis
Racionalmente no tiene explicación alguna. Puede que exista, no lo voy a negar, alguna causa biológica; sin embargo, casi seguro que tiene mucho más de emocional. Y poco tiene que ver con esa exasperante tendencia a la simplificación de cualquier machista promedio. A vos no te está por venir. Y mucho menos te falta pija.
Sin embargo. Ahí está. Como un nudo en la garganta. Tangible como esas lágrimas que tus ojos ya no contienen más. Es una angustia que, literalmente, te ahoga hasta dejarte sin aire. Y no, no tenés la más puta idea de qué hacer para calmarte, porque no tenés manera de explicitar motivos.
Y entonces, en la más cobarde de las actitudes posibles, te ponés a inventariar carajos, a invocar demonios... a...
Qué angustia tan amarga, saber exactamente qué te pasa, y no encontrar el modo de expresarlo. Qué desesperación cuando no podés explicarte. Que putada cuando no lográs que te entiendan.
Y es, básicamente, una cuestión empática. Racionalmente no tiene explicación alguna, y no descarto la parte biológica; pero es una cuestión empática; cuanto mucho te podrán entender por el simple hecho de haber estado allí antes, ahora, después; no mucho más.
Y se te va a pasar, porque siempre se te pasa. Porque tu vida sigue siendo la vida que querés vivir. Porque si no lo es, la podés arreglar, y porque si eso no pasa, siempre te queda el recurso de agarrar el mundo a patadas y salvarlo. Salvarte. De vos. Principalmente. Pero ahora duele. Y cuando duele, duele. Y punto. Y uno no anda jugando a los superhéroes cuando le duele. Uno se sienta en un rincón y se lame las heridas. Y se queda quieto, dos, tres, siete segundos, hasta que se le pasa.
Y yo entonces, hoy me siento acá, al lado del ventanal donde se ve la tormenta que realmente me está despedazando en partículas, y espero que se me pase, mientras se me caen las lágrimas, mientrás intento infructuosamente explicitar mis motivos, que son eso, mios, y solo tienen valor para mi, porque nadie más podría entenderlos.
Y después, se me pasa y ya. El mundo se pone a rodar de nuevo. Para mí, al menos.
Sin embargo. Ahí está. Como un nudo en la garganta. Tangible como esas lágrimas que tus ojos ya no contienen más. Es una angustia que, literalmente, te ahoga hasta dejarte sin aire. Y no, no tenés la más puta idea de qué hacer para calmarte, porque no tenés manera de explicitar motivos.
Y entonces, en la más cobarde de las actitudes posibles, te ponés a inventariar carajos, a invocar demonios... a...
Qué angustia tan amarga, saber exactamente qué te pasa, y no encontrar el modo de expresarlo. Qué desesperación cuando no podés explicarte. Que putada cuando no lográs que te entiendan.
Y es, básicamente, una cuestión empática. Racionalmente no tiene explicación alguna, y no descarto la parte biológica; pero es una cuestión empática; cuanto mucho te podrán entender por el simple hecho de haber estado allí antes, ahora, después; no mucho más.
Y se te va a pasar, porque siempre se te pasa. Porque tu vida sigue siendo la vida que querés vivir. Porque si no lo es, la podés arreglar, y porque si eso no pasa, siempre te queda el recurso de agarrar el mundo a patadas y salvarlo. Salvarte. De vos. Principalmente. Pero ahora duele. Y cuando duele, duele. Y punto. Y uno no anda jugando a los superhéroes cuando le duele. Uno se sienta en un rincón y se lame las heridas. Y se queda quieto, dos, tres, siete segundos, hasta que se le pasa.
Y yo entonces, hoy me siento acá, al lado del ventanal donde se ve la tormenta que realmente me está despedazando en partículas, y espero que se me pase, mientras se me caen las lágrimas, mientrás intento infructuosamente explicitar mis motivos, que son eso, mios, y solo tienen valor para mi, porque nadie más podría entenderlos.
Y después, se me pasa y ya. El mundo se pone a rodar de nuevo. Para mí, al menos.
